Tindaya "La montaña sagrada"
La llanura de Esquinzo es un buen resumen de la geografía majorera: perfiles chatos, colores pardos que sólo, muy de vez en cuando, miran hacia arriba en alguna lomada o colinilla sin demasiada importancia. Huertos, que sólo reverdecen algunos meses al año, y escasos grupos de palmeras dan ese toque norteafricano que tanto caracteriza a los campos de Fuerteventura. Sólo la Montaña Grande rompe esta monotonía de planicies. Y precisamente por ese ambiente marcado por la horizontalidad, la montaña, que apenas levanta 400 metros desde el nivel del mar hasta la cima, parece enorme; gigantesca. Aunque desde la superficie de Esquinzo apenas se levante unos 210 metros. Una pirámide perfecta que llama la atención al que transita por estos parajes del norte de la isla. No es de extrañar que los hombres y mujeres que vivieron aquí antes de la llegada de los conquistadores normandos, allá a principios del siglo XV, la convirtieran en algo espiritual que trasciende a la roca. Montaña Grande: Tindaya en la lengua de aquellas gentes.
La fría ciencia dice que esta elevación es un pitón traquítico. En palabras llanas, para explicar el origen de la montaña hay que imaginar un volcán aún más grande. El magma, ascendiendo por el cono, se endureció en el interior de su continente y la erosión lo dejó al aire. Estaríamos, pues, ante las tripas de una antigua montaña que se quedo, literalmente, en pelotas tras miles de años de acción del viento y del agua. El resultado es esta pirámide de rocas que, por cierto, fueron desde hace mucho tiempo, muy preciadas para la construcción. Así, y desde el punto de vista de la geología, Tindaya sería un ejemplo paradigmático del largo y lento proceso de desgaste que ha sufrido la isla desde hace millones de años y que son responsables de esa geografía dominada por los perfiles suaves y la práctica ausencia de grandes alturas ( salvo las excepciones de la Península de Jandía, al sur).
Pero la Montaña es mucho más que eso. Las mujeres y hombres que viven en un determinado territorio suelen dar significados distintos a los lugares especiales que, por una, u otra razón, sobresalen. Y Tindaya sobresale. Y mucho. Por eso, los majos (gentilicio con el que se conoce a los pobladores prehispánicos de la isla) subieron hasta la cima de la montaña y convirtieron el lugar en un auténtico santuario. Un templo al aire libre desde el que observar y precisar el paso de los astros a lo largo del ciclo anual. Nada extraño, por otra parte, en una sociedad que dependía de las lluvias para sobrevivir y que emparenta, directamente, las creencias de aquellas gentes con las de sus vecinos de otras islas y del cercano Norte de África.
Los majos cultivaban algunos cereales; y para garantizar el éxito de las cosechas era necesario saber cuándo sembrar; justo antes de la llegada de las escasas lluvias que caen sobre la isla.
Los podomorfos son grabados rupestres de diseño rectangular que simulan pies humanos. Hasta el momento, las diversas campañas arqueológicas han encontrado más de 250 representaciones de estos pies que se concentran, de manera abrumadoramente mayoritaria, en la vertiente sur y noroeste de la montaña. Estos ‘dibujos en la piedra’ que se realizaron mediante la técnica de picado continuo, se sitúan en cornisas y grandes piedras lisas que permiten plantarse sobre ellos y mirar hacia donde ellos miran. Y no es cosa menor este detalle. La inmensa mayoría de estos grabados están orientados en una cuña que oscila entre el oeste y el suroeste. Apuntando directamente a las islas de Gran Canaria y Tenerife y, concretamente, a accidentes geográficos como el Teide o el Pico de las Nieves (máxima altura grancanaria). Según expertos del Instituto de Astrofísica de Canarias, esta distribución no es casual y apuntan a una orientación que combina lo geográfico y lo astronómico. Los arqueoastrónomos, investigadores que estudian la relación de los yacimientos arqueológicos y los cuerpos celestes, señalan que estos podomorfos sirvieron a los antiguos majos y majas para determinar con exactitud el solsticio de invierno y el tránsito de la luna y venus durante las diferentes estaciones. Tindaya sería algo así como un enorme reloj astronómico; un calendario de piedra gigantesco.
Y por ello, un santuario. Uno de los más importantes de Canarias. Los pobladores prehispánicos de la isla convirtieron en esta atalaya privilegiada en un auténtico templo al aire libre en el que el tránsito de los astros se convirtió en el pilar fundamental de las creencias de aquellos hombres y mujeres. Es muy probable que la cima de la montaña fuera el escenario de rituales religiosos y de prácticas de carácter mágico o simbólico. No es extraño, tampoco, que tras la llegada de los europeos y la implantación del Cristianismo como religión única y oficial, el lugar quedara vinculado a prácticas poco ortodoxas. Durante siglos, a Tindaya se la conoció como La Montaña de las Brujas y es fruto de numerosas leyendas, cuentos, anécdotas y supersticiones. La pequeña Ermita de Nuestra Señora de la Caridad (siglo XVIII), situada a los pies de la montaña, y en el caserío de Tindaya, recuerda que, desde hace algo más de seis siglos, los viejos dioses dejaron de mandar en la zona.
Grupo de podomorfos en la Montaña de Tindaya. EFE
De lo que no cabe ninguna duda es que Tindaya es uno de los atractivos culturales y etnográficos más importantes de Fuerteventura, en particular, y Canarias, en general. A falta de un proyecto que ponga en valor este ingente patrimonio arqueológico, el interés para el viajero inquieto es subir hasta la cima y ver, de primera mano, los podomorfos y las impresionantes vistas sobre el llano majorero. Para ello hay que solicitar permiso a las autoridades de la isla (Cabildo de Fuerteventura; Tel: (+34) 928 862 300) ya que sólo puede accederse a la montaña con un guía autorizado. Eso sí, la experiencia es única. Merece la pena.